Sunday, December 12, 2010

TAL

Siempre es emocionante encontrarse con sorpresas inesperadas. La lejana costumbre de vivir fuera del mundo de la cultura y la creación, de la universalidad que únicamente existe en la Ciudad de México, entrampado en las bellezas fantásticas, seductoras y cautivantes del Estado de México, del Sur de esta entidad policromática, ignorante del arte mayor de la humanidad, me complace traer a esta columna a Luigi Amara, un poeta mexicano, muy joven, premiado, con menos de 40 años y que sabe y escribe reflexiones trascendentes sobre el ajedrez. Sin respetar el orden de uno de sus textos, titulado “Los Impasibles del Tablero” (Letras Libres. Enero 2009), tomo para GENIUS la parte que habla sobre el jugador de más audacia y genial espíritu combinador: Miguel Tal.
“Mijaíl Tal, amo de las combinaciones fantásticas y de los sacrificios deslumbrantes, capaz de encontrar vetas inexploradas en las posiciones en apariencia más anodinas y estancadas, solía dejar que su mirada planeara como un ave de rapiña sobre el tablero en busca del salto de la liebre de lo extraordinario, lo cual sucedía con frecuencia, pero también lo llevaba a internarse en callejones sin salida con los que él mismo se obstaculizaba el análisis. No por nada conocido como el “Mago de Riga”, durante una de esas fugas intempestivas a los márgenes de la realidad, Tal se las ingenió para que su mente se deslizara del frío escenario de Kiev a un pantano del África, y de la tentación de un sacrificio intrépido se sacara de la chistera un hipopótamo, un aberrante y sin duda adiposo hipopótamo en aprietos. “Nunca olvidaré mi encuentro con el maestro Evgeni Vasiukov durante uno de los campeonatos de la URSS –comenta Tal–. La posición en el tablero era muy compleja, y yo pensaba sacrificar un caballo. No era una variante muy clara, puesto que existían muchas posibilidades. Comencé a calcular y me horrorizó la idea de que el sacrificio fuera vano. Las ideas se amontonaban en mi cabeza: a una respuesta correcta del enemigo en determinada situación la traspasaba otra variante, y allí, naturalmente, ese movimiento era del todo inoportuno. Lo concreto es que en mi cabeza se formó un montón caótico de movimientos, a veces incluso sin ninguna relación entre sí, y el ‘árbol del análisis’, tan recomendado por los entrenadores, comenzó a crecer de manera monstruosa. No sé por qué, pero en ese momento recordé la célebre poesía infantil de Chukovski: ‘¡Oh, qué difícil es el trabajo/ de sacar a un hipopótamo del pantano!’ No podría explicar a causa de qué asociación este hipopótamo se metió en el tablero, pero la verdad es que, mientras los espectadores creían que estaba analizando la posición, yo pensaba en cómo demonios podría sacarse a un hipopótamo del pantano. Recuerdo que mi cabeza pronto se llenó de cabrestantes, palancas, helicópteros e incluso de una escalera de cuerda. Después de numerosos intentos no encontré ningún método aceptable de sacarlo del pantano, y pensé con amargura: ¡pues que se ahogue!”
Aunque para dar cauce a sus devaneos sin sentido Tal se valió en aquella ocasión de la figura nada discreta de un hipopótamo, es claro que se trataba de un mero pretexto; a quien debía sacar del atolladero era a sí mismo, y ya se sabe que para que la mente encuentre una salida al intrincado encierro que ella misma se ha fabricado no hay palanca ni escalera que valga. El paréntesis se extendió sólo cuarenta minutos, y hay que decir que tuvo un efecto benéfico: Tal volvió a la realidad con la cabeza despejada, y de un vistazo se decidió por hacer caso a la intuición y no al cálculo. “Hay tres tipos de sacrificios: los correctos, los incorrectos y los míos”, gustaba de señalar Tal, y aquel caviloso día de 1964, el sacrificio de caballo, no sin cierto dramatismo funambulesco de quien de pronto improvisa el número de apoyarse únicamente en un dedo, le redituaría una celebrada victoria”.

No comments: