Paul Morphy |
PAUL MORPHY Nació
y jugó en la primera mitad del siglo XIX. Nunca fue campeón del mundo, porque
aún no existía un campeonato del mundo como tal, pero se le considera el mayor talento ajedrecístico de su época. A
los nueve años era el mejor jugador de su ciudad y a los doce fue capaz de
vencer a uno de los ajedrecistas más reputados del mundo, Johann Lowenthal. Morphy
y Lowenthal jugaron tres partidas. El maestro húngaro empezó la primera partida
con una bonachona sonrisa, pero a las pocas jugadas mudo el rostro en un gesto
de asombro, cada vez que el pequeño Morphy movía las piezas. La incredulidad de
Lowenthal fue en aumento cuando no sólo perdió la primera partida, sino también
la segunda. En la tercera partida, Lowenthal consiguió obtener unas tablas.
Pero lejos de sentirse herido en su orgullo y demostrando un verdadero amor por
el arte del ajedrez, Lowenthal se maravilló de las capacidades de Morphy, le
animó a seguir jugando y escribió inmediatamente a Europa hablando con sumo
entusiasmo de su nuevo descubrimiento
En nuestro
tiempo, sin duda, las victorias de Morphy sobre Lowenthal podrían haber
disparado una carrera mediática y de torneos de exhibición para el niño prodigio,
como sucedió en el siglo XX con jugadores precoces como Samuel Reshevsky, el
español Arturo Pomar, Bobby Fischer o el actual Campeón Magnus Carlsen
Pero a los
trece años Morphy se alejó del ajedrez, por orden de su padre, cuyo único deseo
era ver a su hijo convertido en abogado. Sólo se le permitía jugar los
domingos, mientras que el resto de la semana debía consagrarlo a los estudios.
No hizo giras de exhibición ni demostraciones públicas de su talento. Morphy
pertenecía a una familia muy adinerada y de mentalidad bastante retrógrada: su
padre —de raíces españolas— era un arquetipo del típico conservadurismo sureño,
y le resultaba inconcebible la idea de que su genial hijo pudiese ganar dinero
jugando al ajedrez. En la Nueva Orleans del siglo XIX, un caballero de buena
familia sólo jugaba al ajedrez por diversión y el recibir dinero por mover unas
cuantas piezas de madera era considerado una indignidad propia de tahúres y
gente de mal vivir. Jugar al ajedrez por dinero tenía exactamente la misma consideración
que dedicarse a jugar al póquer por dinero: algo impropio de un niño de buena
cuna.
Finalmente la
insistencia de algunos familiares y las ganas de Morphy de medirse con
ajedrecistas importantes pudieron más que la oposición paterna. Viajó a Nueva
York, se inscribió en el torneo, jugó… y barrió a todos sus rivales. Estaba
naciendo una estrella aunque su carrera deportiva iba a durar sólo unos meses
Las noticias
sobre el talento de aquel joven que se había proclamado campeón estadounidense
con un juego brillantísimo cruzaron el Atlántico y el nombre de Paul Morphy
empezó a circular por los círculos ajedrecísticos del viejo continente. Todo el
mundillo del ajedrez europeo empezó a anhelar que Morphy cruzase el charco y se
enfrentase con los mejores jugadores de Europa, los veteranos Adolf Anderssen y
Howard Staunton.
Howard
Staunton decepcionó a Morphy y los aficionados cuando rehuyó enfrentarse con él
por miedo a ser humillado sobre el tablero. Staunton era un rico editor que
gastaba parte de su fortuna organizando torneos: él fue quien financió la
primera aparición de Anderssen en Inglaterra, que sirvió precisamente para que
el alemán le destronara. También financió el diseño de las modernas piezas de
ajedrez —llamadas “piezas Staunton” en su honor— y disfrutaba ejerciendo como
mecenas de otros grandes jugadores. El inglés fue el ídolo ajedrecístico de la
infancia de Paul Morphy y el inglés se
manifestó dispuesto a financiar y organizar un torneo que sirviese para
presentar al joven norteamericano en Europa, en contra de Adolf Anderssen, el
mejor ejemplo del ajedrez imaginativo y de ataque, autor de la partida más
famosa de la historia “La Inmortal”
Morphy arrasó
el viejo continente. El resultado final fue esclarecedor y demostró un dominio
demoledor del joven prodigio americano: jugaron once partidas, de las que
Morphy ganó siete y Anderssen solamente dos, quedando las otras dos en tablas.
Aquello convertía a Paul Morphy, sin ninguna duda, en el mejor ajedrecista del
mundo.
A los veinte
años fue unánimemente reconocido como el mejor jugador del planeta… Y luego,
tras competir durante sólo unos meses, Morphy se retiró para siempre. Durante
el resto de su vida se negó a volver a sentarse ante un tablero, mientras
desarrollaba extraños cuadros de comportamiento, encerrándose en sí mismo y
perdiendo la calma si alguien mencionaba la palabra “ajedrez” en su presencia.
Fue el primer genio norteamericano del ajedrez —transcurriría más de un siglo
hasta la llegada del siguiente, Bobby Fischer— y, también como Fischer, vivió
sus últimos años en conflicto con la sociedad que le rodeaba y despertando
serias dudas sobre el estado de su salud mental. Esta es la historia de Paul
Morphy, la estrella más fugaz en la historia del ajedrez y probablemente uno de
los individuos más brillantes del siglo XIX.
Veamos a
continuación un juguete famoso de Paul Morphy. Composición de este genio del
Ajedrez, que lleva a Mate forzoso al Rey contrario, a pesar de quedar el bando
blanco únicamente con un solo peón. Mate forzado y anunciado previamente, en 9
jugadas. Es el juego del ajedrez convertido en Ciencia y en Arte.
Las
blancas entregan todas sus piezas, una tras otra, para llevar al rey negro a la
fatídica casilla en que recibe el mate más ignominioso, el dado por un simple
peón.
Pruebe
reproducir este interesante estudio, de acuerdo a la siguiente posición
inicial: Blancas T4TD, T4CD, R5AD, P3D, D8D, P2AR, C5AR, A5TR Negras P5D, A1D,
P6R, C2R, D7AR, P6AR, T3AR, P6CR, A2TR, R7TR
Las
blancas van a ir desviando la acción de las piezas negras para dejar
desprotegido al rey, a la vez que se le atraerá a e5, donde recibirá el mate de
peón, rodeado por sus propias piezas, que no pueden hacer nada para impedirlo.
Veamos…1. Tb7 (se sacrifica la torre para evitar la defensa de la dama) Dxb7 2.
Axg6+ (el sacrificio de alfil da comienzo a la larga peregrinación del rey
negro) 2...Rxg6 3. Dg8+ Rxf5 4. Dg4+ Re5
5. Dh5+ Tf5 6. f4+ Axf4 7. Dxe2+ (se elimina una pieza defensora) 7...Axe2 8. Te4+ (el último y definitivo sacrificio)
dxe4 9. d4 Jaque Mate: 1-0
Una
lección básica para los aprendices y novatos del ajedrez, es la noción del
sentido del juego. Se trata de Matar al Rey contrario y evitar el Jaque Mate a
nuestro Monarca. Esto cobra sentido al término de la partida, sin importar la
cantidad de material o la condición de las piezas. Gana el que mata al Rey
rival. Lo demás no significa absolutamente nada.
LA
COMPLEJIDAD. El Ajedrez está lleno de anécdotas, comedias y tragedias. Para
mucha gente, el ajedrez nace a partir del Campeonato disputado en 1972 entre el
norteamericano Bobby Fisher contra el soviético Boris Spassky. Así me sucedió a
mí y fue de gran ayuda, un pequeño y muy modesto libro cuyo título es “de Buda a Fisher y Spassky. 2000
años de ajedrez”. Allí encontré que las variantes para agotar las combinaciones
del ajedrez, llegaban a 2 x 10 seguido de 120 ceros. Y jugar todas las posibilidades, requeriría que
los entonces 2500 millones de habitantes –ahora somos cinco mil millones-
movieran, a razón de un movimiento por segundo, sin reposo, las 24 horas del
día, un tiempo superior al número 10, elevado a la potencia 100 siglos..
Para muchos
otros, en este momento, el triunfo de Magnus Carlsen ha hecho voltear
nuevamente hacia el juego del Ajedrez. El carisma y la juventud del nuevo
Campeón, incluso la galanura concentran la atención mundial –solo en la India,
la Patria del ex Campeón Anand, se estiman más de 80 millones de aficionados
que atendieron el match, convirtiendo, en la época de los ordenadores, las
redes sociales y el internet, en “trending topics” todo lo relacionado con
Magnus, el Campeón Carlsen.
Conocer el
mundo, razonarlo, descubrir la esencia de la realidad, es hacer modelos. En el
quehacer científico, en aquello que da forma al pensamiento, están los modelos
que están hechos de otras materias, a veces tan sutiles como los números
complejos. Decía Emanuel Kant, padre de la ciencia y pensamientos modernos (y
heredero directo de Platón y Aristóteles) que el cerebro trabaja con aquello
que percibe del mundo desde el conocimiento innato. En la ciencia trabajamos
con modelos formales, modelos numéricos o modelos matemáticos, son todos ellos
herramientas del conocimiento que nos acercan a conocer. Cuando queremos
transmitir ese conocimiento, recurrimos a la comparación, a la analogía y, en
no pocas ocasiones, a las metáforas: trucos que nos acercan a la realidad de
otro modo, de un modo sorprendente, de un modo a veces extraño, a veces
familiar. Entonces hablamos del Planeta Azul, del árbol circulatorio, del motor
sanguíneo, de las mariposas del alma, de los agujeros negros o del viento
solar.
¿Dónde encaja
aquí el ajedrez? El ajedrez, juego de intelectuales y diletantes, de tahúres y
románticos que se asombran ante la belleza de la forma y la profundidad del
fondo. El ajedrez, arte de recompensa inmediata, dialogo de mentes, de
cerebros, batalla de neuronas, nos conmueve y nos abre una ventana a la realidad,
peculiar, intensa, que nos recuerda que la vida misma es un modelo representado
en nuestro cerebro, que la lucha dialéctica genera hermosura y que nosotros,
también, podemos ser héroes (y villanos) por un día. El ajedrez, ciencia
cerrada donde las hubiere, se abre ante nosotros como un juego de hipótesis y
contra hipótesis, mi idea contra la tuya, dialéctica pura, cada movimiento es
un test de bondad de ajuste estadístico, cada jugada nos lleva más cerca o más
lejos de refutar la idea inicial. El ajedrez, juego, arte, ciencia.
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