El mundo entero se estremeció a mediados de 1972, ante el encuentro de ajedrez por el campeonato mundial que enfrentaba al Campeón Reinante Boris Spassky, representante de la escuela rusa de ajedrez, que desde 1948 había producido todos los campeones y subcampeones mundiales, Botvinink-Smyslov-Botvinik-Tal-Botvinik-Petrossian-Spassky, en este orden.
Frente tenia al retador, un norteamericano originario de New York, individualista, ambicioso, estrafalario, rebelde y provocador. El ajedrecista con el coeficiente ajedrecístico, medido por un indicador llamado ELO, más elevado de todos los tiempos, en una época que no existían las computadoras, ni tampoco había internet, tan comunes en la preparación y entrenamiento de los jugadores actuales de primera línea.
Pero el encuentro revestía mucho más que el juego del ajedrez. Representaba el momento justo en que se enfrentaban dos concepciones diametralmente opuestas de ver la vida y de vivir. Por un lado Spassky encabezaba una maquinaria soviética, ordenada, sistemática, colectiva, planeada para producir millones de ajedrecistas y miles de jugadores de primera fuerza, Maestros Internacionales y Grandes Maestros. Por otro lado, Bobby Fisher era el arquetipo de las juventudes gringas, solitario, de tenis y jeans, formada en las lúgubres entrañas del famoso Chess Manhattan Club.
El encuentro que estuvo a punto de no celebrarse, ante las exigencias del retador, constituyo un acontecimiento absoluto, desde que las eliminatorias demostraron a un retador por fin decidido a llegar al campeonato, venciendo en el camino a jugadores de la talla de Mark Taimanov y Bent Larsen, por el increíble marcador de ¡6-0!. Resultados inauditos ante el equilibrio teórico que existe en el ajedrez. Ganar todas las partidas sin dejar ni medio punto de empates no se había visto nunca ni se ha vuelto a presentar desde entonces. El último obstáculo, Tigrian Petrossian, también sucumbió frente a Fisher por 6.5 a 2.5 para que el camino quedara despejado.
La intervención de un rico mecenas que satisfizo los requerimientos monetarios del retador y la participación del Secretario de Estado Norteamericano, Henry Kissinger, en las negociaciones con las televisoras, Federación Internacional de Ajedrez, permitió llegar a dirimir, en el apogeo de la “Guerra Fría” entre las dos superpotencias URSS y EUA, quien tenía al auténtico Campeón de Ajedrez, la prueba mayor de la inteligencia, sabiduría y superioridad.
Fisher, quien nunca había derrotado al Campeón, dejo perder la primera partida y enseguida no se presento a jugar la segunda, por lo que perdió por default. A punto de abandonar Islandia, sede del encuentro, recapacitar lo llevo a regresar al tablero y comenzar a demostrar que el norteamericano era mejor que el soviético (por cierto ambos eran originarios de raza y religión, judía)
Frente tenia al retador, un norteamericano originario de New York, individualista, ambicioso, estrafalario, rebelde y provocador. El ajedrecista con el coeficiente ajedrecístico, medido por un indicador llamado ELO, más elevado de todos los tiempos, en una época que no existían las computadoras, ni tampoco había internet, tan comunes en la preparación y entrenamiento de los jugadores actuales de primera línea.
Pero el encuentro revestía mucho más que el juego del ajedrez. Representaba el momento justo en que se enfrentaban dos concepciones diametralmente opuestas de ver la vida y de vivir. Por un lado Spassky encabezaba una maquinaria soviética, ordenada, sistemática, colectiva, planeada para producir millones de ajedrecistas y miles de jugadores de primera fuerza, Maestros Internacionales y Grandes Maestros. Por otro lado, Bobby Fisher era el arquetipo de las juventudes gringas, solitario, de tenis y jeans, formada en las lúgubres entrañas del famoso Chess Manhattan Club.
El encuentro que estuvo a punto de no celebrarse, ante las exigencias del retador, constituyo un acontecimiento absoluto, desde que las eliminatorias demostraron a un retador por fin decidido a llegar al campeonato, venciendo en el camino a jugadores de la talla de Mark Taimanov y Bent Larsen, por el increíble marcador de ¡6-0!. Resultados inauditos ante el equilibrio teórico que existe en el ajedrez. Ganar todas las partidas sin dejar ni medio punto de empates no se había visto nunca ni se ha vuelto a presentar desde entonces. El último obstáculo, Tigrian Petrossian, también sucumbió frente a Fisher por 6.5 a 2.5 para que el camino quedara despejado.
La intervención de un rico mecenas que satisfizo los requerimientos monetarios del retador y la participación del Secretario de Estado Norteamericano, Henry Kissinger, en las negociaciones con las televisoras, Federación Internacional de Ajedrez, permitió llegar a dirimir, en el apogeo de la “Guerra Fría” entre las dos superpotencias URSS y EUA, quien tenía al auténtico Campeón de Ajedrez, la prueba mayor de la inteligencia, sabiduría y superioridad.
Fisher, quien nunca había derrotado al Campeón, dejo perder la primera partida y enseguida no se presento a jugar la segunda, por lo que perdió por default. A punto de abandonar Islandia, sede del encuentro, recapacitar lo llevo a regresar al tablero y comenzar a demostrar que el norteamericano era mejor que el soviético (por cierto ambos eran originarios de raza y religión, judía)