Hablando del dinero destinado a
las elecciones federales en México, decíamos en la contribución anterior, que
entre 2003 y 2006, el gasto ascendió oficialmente a 5 billones de dólares, sin
tomar en cuenta, las elecciones a gobernadores, congresos locales, presidentes municipales,
regidores, síndicos, más las aportaciones obtenidas por los candidatos…
Si se me permite parafrasear al
Cri-Cri de Gabilondo Soler, preguntaría: ¿Si crédito no es, y capital tampoco
es, entonces, qué es? No se trata de finanzas, sino de gasto. Más aún: se trata
de un gasto de la hacienda pública, por lo tanto, de recursos fiscales, de un
gasto corriente a fondo perdido. Es un subsidio o auxilio que, debiendo ser
extraordinario, de única vez, en nuestro sistema electoral se ha vuelto
ordinario, con ya 30 años de viejo; mancha de aceite en un régimen mórbidamente
pulcro, que ofrece triunfalmente el tortibono para combatir la pobreza con
eficacia neoliberal hace ya más de dos lustros. Su monto oficial y legal, un
lunar sobre la piel inmaculada del nouveau regime de los economistas actuales,
supera en este sexenio los 50 mil millones de pesos. Sin embargo, no
respondemos la pregunta con decir subsidio; menos si decimos que alcanza para
borrar de un golpe la pobreza extrema, la de un dólar al día según la
paupérrima definición de Banco Mundial; tampoco con decir brasileramente que
las mexicanas son las elecciones más caras del mundo. Todo ello a pesar de que
México es un país con ya más de cinco centurias de pobreza, medio milenio bien
contado, pobreza de la que dice Aristóteles es el medio más fácil de esclavizar
a un pueblo. La respuesta política a la pregunta consiste en afirmar que este
volcán de dinero en combustión –un cerrito de la Muñeca frente al Everest
del Instituto de Protección al Ahorro Bancario (IPAB) – muestra, sin lugar a
duda, que en cuestiones electorales somos el país más pródigo del universo, el
más mal administrado y de mayor despilfarro, una nación disipada en el uso de
sus recursos. México es así un país perdido, como solían decir las abuelas de
las sexo servidoras actuales.
Este desarreglo mayúsculo en la
generación de ingresos y la disposición de gastos, manera desordenada y escandalosa
de tirar las riquezas sociales, puede ilustrarse con una metáfora extraída de
las comidas corridas cantineras: el caldo de la festinada democracia electoral
nos sale mucho más caro que las albóndigas. Si el Instituto Federal Electoral
(IFE) se toma, no por una dirección de recursos humanos, lo que sería excesivo,
sino por el área de contratación de personal, entonces en el 2003 este head
hunter burocrático es un caldo aguado que nos sale tres veces más caro que los
500 millones de dólares que nos cuesta el H. Congreso de la Unión.28 ¡Vamos, ni
Hollywood gasta así en los castings de sus superproducciones!
La idea del subsidio de Don Jesús
Reyes Heroles es un préstamo, aquí de ideas. De toda suerte, la declaratoria de
interés público sobre el régimen de partidos se inspira en la Ley de Industrias Nuevas y
Necesarias del llamado “desarrollo estabilizador”, la cual ofrecía,
temporalmente, un paquete de estímulos fiscales a las industrias requeridas por
la estrategia de sustitución de importaciones y el crecimiento hacia adentro. La Ley Federal de
Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LFOPPE) de 1977 es la
responsable de una vasta progenie burocrática: la del Código Federal Electoral
(CFE) de 1987 y la de los sucesivos COFIPEs I, II, III y IV (Código Federal de
Instituciones y Procedimientos Electorales), de 1990, 1993, 1994 y 1996, a los que seguirán
otros. ¿Por qué? Debido a que hacemos nuestras leyes electorales contrariando
la advertencia de Maquiavelo para evitar normas malas y aún peores. Por esta
causa, desde la de 1977 hasta la de 1996, hemos convocado la participación
tumultuaria de al menos cinco presidentes; seis secretarios de gobernación; más
de tres mil diputados y senadores federales; muchas dirigencias partidistas;
carretadas de ciudadanos, aparte de miles de intelectuales, técnicos y
expertos, más los que se acumulen en el futuro. ¿Qué podía esperarse de un
edificio electoral con una masa de arquitectos, estilos e intereses, el que
para nuestra fortuna cuenta con un ejército de diez mil burócratas de riego
–para no hablar de los temporaleros–, aplicados a su administración,
mantenimiento y publicidad?
El padre benemérito de la
envilecida democracia que padecemos –de quien su sucesor y entenado, no por
ello menos heroico, el padre de la alternancia democrática del 2000, mandó
decir a un banquete en el edificio de la Organización de los
Estados Americanos (OEA) celebrado en Washington en honor de su padre adoptivo:
“Sin Zedillo no habría Fox”– decía que Zedillo profetizó, en su discurso de
toma de posesión de 1994, los efectos del último COFIPE, al declarar, con la
prudencia debida a la más eminente de nuestras magistraturas, la Presidencia de la República, que el
objetivo de su reforma era, textual: “que todos quedemos satisfechos… independientemente
de los resultados”.
¿A quiénes habla tan
desparpajadamente? ¿Qué duda cabe que, con el mismo humor negro de su cómplice
Fox, Zedillo habla “en corto”? Desde la alta tribuna del Congreso, se dirige
exclusivamente a la elite burocrática, a pesar de que toda la nación lo
escuchó, y con ella a otros países que pudieron oírlo y verlo por la pantalla
chica. ¡Es la democracia de los zánganos gubernamentales, ésa que desde
entonces ha buscado democráticamente la satisfacción de todos ellos, por ellos
y para ellos, sin importar el precio que le cobran a la sociedad, menos todavía
sus consecuencias para la vida política del país! (Me pregunto por qué no se ha
comparado la transición española y la mexicana, tomando en cuenta no el tan
fementido Pacto de la Moncloa,
sino la manera en que Franco determinó la suya al designar a Juan Carlos su
sucesor como Jefe de Estado; mientras Zedillo inaugura el fraude democrático
del milenio al corromper la sucesión presidencial privilegiando al Gran
Procastinador que es Fox).
Con esta tercera entrega concluyo
uno de los análisis políticos mas certeros e imaginativos de mi gran amigo
Patricio Marcos Giacoman, que unida a la brillantes magistral de uno de los poquísimos
sabios que hay en México, su vida ejemplar discurre de manera parecida a
Diógenes de Sinope -el de la lámpara y el barril- el que responde a la pregunta
de Alejandro Magno “¿que puedo hacer por ti?, con un… tan solo que te apartes
porque me tapas el sol.” (“De no ser Alejandro, habría deseado ser Diógenes”
fue la respuesta del mayor Rey de la antigüedad)