Monday, June 18, 2012

EL SISTEMA ELECTORAL MÁS CARO DEL MUNDO


Hablando del dinero destinado a las elecciones federales en México, decíamos en la contribución anterior, que entre 2003 y 2006, el gasto ascendió oficialmente a 5 billones de dólares, sin tomar en cuenta, las elecciones a gobernadores, congresos locales, presidentes municipales, regidores, síndicos, más las aportaciones obtenidas por los candidatos…
Si se me permite parafrasear al Cri-Cri de Gabilondo Soler, preguntaría: ¿Si crédito no es, y capital tampoco es, entonces, qué es? No se trata de finanzas, sino de gasto. Más aún: se trata de un gasto de la hacienda pública, por lo tanto, de recursos fiscales, de un gasto corriente a fondo perdido. Es un subsidio o auxilio que, debiendo ser extraordinario, de única vez, en nuestro sistema electoral se ha vuelto ordinario, con ya 30 años de viejo; mancha de aceite en un régimen mórbidamente pulcro, que ofrece triunfalmente el tortibono para combatir la pobreza con eficacia neoliberal hace ya más de dos lustros. Su monto oficial y legal, un lunar sobre la piel inmaculada del nouveau regime de los economistas actuales, supera en este sexenio los 50 mil millones de pesos. Sin embargo, no respondemos la pregunta con decir subsidio; menos si decimos que alcanza para borrar de un golpe la pobreza extrema, la de un dólar al día según la paupérrima definición de Banco Mundial; tampoco con decir brasileramente que las mexicanas son las elecciones más caras del mundo. Todo ello a pesar de que México es un país con ya más de cinco centurias de pobreza, medio milenio bien contado, pobreza de la que dice Aristóteles es el medio más fácil de esclavizar a un pueblo. La respuesta política a la pregunta consiste en afirmar que este volcán de dinero en combustión –un cerrito de la Muñeca frente al Everest del Instituto de Protección al Ahorro Bancario (IPAB) – muestra, sin lugar a duda, que en cuestiones electorales somos el país más pródigo del universo, el más mal administrado y de mayor despilfarro, una nación disipada en el uso de sus recursos. México es así un país perdido, como solían decir las abuelas de las sexo servidoras actuales.
Este desarreglo mayúsculo en la generación de ingresos y la disposición de gastos, manera desordenada y escandalosa de tirar las riquezas sociales, puede ilustrarse con una metáfora extraída de las comidas corridas cantineras: el caldo de la festinada democracia electoral nos sale mucho más caro que las albóndigas. Si el Instituto Federal Electoral (IFE) se toma, no por una dirección de recursos humanos, lo que sería excesivo, sino por el área de contratación de personal, entonces en el 2003 este head hunter burocrático es un caldo aguado que nos sale tres veces más caro que los 500 millones de dólares que nos cuesta el H. Congreso de la Unión.28 ¡Vamos, ni Hollywood gasta así en los castings de sus superproducciones!
La idea del subsidio de Don Jesús Reyes Heroles es un préstamo, aquí de ideas. De toda suerte, la declaratoria de interés público sobre el régimen de partidos se inspira en la Ley de Industrias Nuevas y Necesarias del llamado “desarrollo estabilizador”, la cual ofrecía, temporalmente, un paquete de estímulos fiscales a las industrias requeridas por la estrategia de sustitución de importaciones y el crecimiento hacia adentro. La Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LFOPPE) de 1977 es la responsable de una vasta progenie burocrática: la del Código Federal Electoral (CFE) de 1987 y la de los sucesivos COFIPEs I, II, III y IV (Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales), de 1990, 1993, 1994 y 1996, a los que seguirán otros. ¿Por qué? Debido a que hacemos nuestras leyes electorales contrariando la advertencia de Maquiavelo para evitar normas malas y aún peores. Por esta causa, desde la de 1977 hasta la de 1996, hemos convocado la participación tumultuaria de al menos cinco presidentes; seis secretarios de gobernación; más de tres mil diputados y senadores federales; muchas dirigencias partidistas; carretadas de ciudadanos, aparte de miles de intelectuales, técnicos y expertos, más los que se acumulen en el futuro. ¿Qué podía esperarse de un edificio electoral con una masa de arquitectos, estilos e intereses, el que para nuestra fortuna cuenta con un ejército de diez mil burócratas de riego –para no hablar de los temporaleros–, aplicados a su administración, mantenimiento y publicidad?
El padre benemérito de la envilecida democracia que padecemos –de quien su sucesor y entenado, no por ello menos heroico, el padre de la alternancia democrática del 2000, mandó decir a un banquete en el edificio de la Organización de los Estados Americanos (OEA) celebrado en Washington en honor de su padre adoptivo: “Sin Zedillo no habría Fox”– decía que Zedillo profetizó, en su discurso de toma de posesión de 1994, los efectos del último COFIPE, al declarar, con la prudencia debida a la más eminente de nuestras magistraturas, la Presidencia de la República, que el objetivo de su reforma era, textual: “que todos quedemos satisfechos… independientemente de los resultados”.
¿A quiénes habla tan desparpajadamente? ¿Qué duda cabe que, con el mismo humor negro de su cómplice Fox, Zedillo habla “en corto”? Desde la alta tribuna del Congreso, se dirige exclusivamente a la elite burocrática, a pesar de que toda la nación lo escuchó, y con ella a otros países que pudieron oírlo y verlo por la pantalla chica. ¡Es la democracia de los zánganos gubernamentales, ésa que desde entonces ha buscado democráticamente la satisfacción de todos ellos, por ellos y para ellos, sin importar el precio que le cobran a la sociedad, menos todavía sus consecuencias para la vida política del país! (Me pregunto por qué no se ha comparado la transición española y la mexicana, tomando en cuenta no el tan fementido Pacto de la Moncloa, sino la manera en que Franco determinó la suya al designar a Juan Carlos su sucesor como Jefe de Estado; mientras Zedillo inaugura el fraude democrático del milenio al corromper la sucesión presidencial privilegiando al Gran Procastinador que es Fox).

Con esta tercera entrega concluyo uno de los análisis políticos mas certeros e imaginativos de mi gran amigo Patricio Marcos Giacoman, que unida a la brillantes magistral de uno de los poquísimos sabios que hay en México, su vida ejemplar discurre de manera parecida a Diógenes de Sinope -el de la lámpara y el barril- el que responde a la pregunta de Alejandro Magno “¿que puedo hacer por ti?, con un… tan solo que te apartes porque me tapas el sol.” (“De no ser Alejandro, habría deseado ser Diógenes” fue la respuesta del mayor Rey de la antigüedad)


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